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jueves, 25 de octubre de 2012

GIRASOL AL SOL (Stella Smania)



 Comparto con ustedes este cuento sencillo, que a los más pequeñitos del Nivel Inicial les encanta...

GIRASOL AL SOL
Un día, a la orilla de un camino, nació un girasol. Se estaba desperezando, cuando un chaparrón cayó sobre su cabeza.
-Mirarás siempre al sol -le había dicho su mamá.
-Mirarás siempre al sol -le había dicho su papá.
-Mirarás siempre al sol -le había dicho abuela.
Así que el girasol pequeñito se puso a buscar el sol. El sol no estaba por acá ni por allá. El sol no estaba por ninguna parte.
En el cielo sólo había nubes gordas y espumosas. Pequeño girasol, se asustó un montón.
Entonces, agachó la cabeza, y así se quedó: quieto, tieso, triste, como un chico en penitencia.
Las gotas que caían de su cara a la tierra eran un poco lluvia y otro poco lágrimas.
Pequeño girasol no se movía, pero ¡cuántas ganas de mirar tenía!
Hasta que sintió que algo bajaba y subía por su tallo verde, saltaba entre sus pétalos amarillos. Uno sí...uno no...Uno sí..., se perdía entre sus semillas para volver a aparecer. Era una minúscula Vaquita de San Antonio la que lo recorría y le hacía cosquillas. Pequeño girasol no pudo aguantar y se puso a reír como loco.
Agitó sus rulos rubios para que la Vaquita de San Antonio se equivocara al saltar, hizo piruetas para que la Vaquita de San Antonio se deslizara por su cuerpo como por un tobogán.
Y jugando...jugando...se olvidó de estar triste.
Le crecieron las ganas de conocer el mundo, nuevo para él. Y lo miró todo. Miró al norte y al sur, al este y al oeste. Miró el campo, miró los árboles, miró las vacas con coplas aplaudidoras. Miró los alguaciles, miró las flores silvestres...
¡Qué hermoso es el mundo!, pensó pequeño girasol mientras hacía girar su cabeza como un trompo. Y curioseando, curioseando, se olvidó del sol.
A la mañana siguiente, cuando pequeño girasol había cumplido un día de vida, dejó de llover. Las nubes se disolvieron, el cielo se azuló, y el sol apareció y se puso a brillar muy orondo y muy redondo. Tenía mucho trabajo por hacer: secar los charcos uno por uno sin olvidarse de ninguno, las alas papel de seda de los alguaciles...
De repente, entre tanto trajín, descubrió a pequeño girasol a la orilla del camino. Al verlo, el sol se quedó patitieso de la sorpresa. Aquel girasol recién nacido se movía muy campante para todos lados. Reía con una Vaquita de San Antonio... y a él, ¡a él ni lo miraba!
-¡Eh, pequeño girasol! ¿Sabés quién soy?
-¿Usted?... ¡Ah, sí!... Usted debe ser... Ustedes es el señor sol.
-¿Nadie te dijo que debes mirarme y admirarme?
-Sí, sí. Mi mamá, mi papá, y mi abuela, también.
-Pues te ordeno que me mires in in me me dia dia ta ta men men te -tartamudeó el sol.
-Ya lo he mirado, señor sol. Usted es muy grandote... Muy brillante... Muy de todo... Pero ahora, si me disculpa, tengo que dejarlo porque he prometido hacerle una trenza entretejida al sauce chiquito.
El sol enmudeció de rabia. ¡Nunca había visto nada igual! ¡Ese girasol atrevido se negaba a hacer lo que tenía que hacer!
Se ve que el sol tenía un enojo enojado y enojoso, porque se puso rojo, cada vez más rojo, más rojo cada vez, hasta que le dio fiebre. ¡Qué ataque! Parecía a punto de reventar. Lanzaba resoplidos calientes como queriendo achicharrar la tierra.
Mientras tanto, pequeño girasol, que estaba de lo más entretenido con la trenza del sauce chiquito, no se dio cuenta de nada. Creyó que el verano estaba llegando de golpe.
-¿Quiere usted, señor sol, ayudarme con estas trenzas? -preguntó.
El sol se sorprendió con el pedido y pensó: ¡este pequeño girasol aparte de maleducado, pedigüeño! Y siguió pensando: pero también muy simpático (como yo). Curioso (como yo). Amarillo (como yo). Con pétalos como rayos (como yo). El sol, cuanto más pensaba, más se enfriaba, y cuanto más se enfriaba, más pensaba. Y así fue que, sin querer queriendo, empezó a sonreír, poquito a poco. Con disimulo.
Y todo el campo se puso tibio y dorado como corresponde a una mañana de primavera.

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