Como Federico, a mí también me pone de muy buen humor escuchar un lindo cuento. Les comparto este, para que descubran sus potencialidades :)
Literatura en el Nivel Inicial
El contacto del niño con la Literatura debe ser gozoso, amable, placentero. Las primeras lecturas son experiencias sensibles de alto impacto. Por ello, es nuestra responsabilidad (docentes, futuros docentes, mamás, papás, abuelos, tíos, etc.) ofrecer tiempo y motivaciones para formar lectores autónomos. En este blog, comparto con ustedes algo de mi "textoteca"... muchas cosas lindas para niños y grandes!!
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jueves, 11 de diciembre de 2014
Federico dice no - Graciela Montes.
Como Federico, a mí también me pone de muy buen humor escuchar un lindo cuento. Les comparto este, para que descubran sus potencialidades :)
miércoles, 3 de diciembre de 2014
Marcha de Osías - María Elena Walsh
Todos los adultos queremos para nuestros niños, un poquito de lo que pide Osías... Es cuestión de buscar en el corazón y no en los bolsillos...
Marcha de Osías
Osías el Osito en mameluco
paseaba por la calle Chacabuco
mirando las vidrieras de reojo
sin alcancía pero con antojo.
Por fin se decidió y en un bazar
todo esto y mucho más quiso comprar.
Quiero tiempo pero tiempo no apurado,
tiempo de jugar que es el mejor.
Por favor, me lo da suelto
y no enjaulado adentro de un despertador.
Quiero un río con catorce pececitos
y un jardín sin guardia y sin ladrón.
También quiero para cuando este solito
un poco de conversación.
Quiero cuentos, historietas y novelas
pero no las que andan a botón.
Yo las quiero de la mano
de una abuela que me las lea en camisón.
Quiero todo lo que guardan los espejos
y una flor adentro de un raviol
y también una galera con conejos
y una pelota que haga gol.
María Elena Walsh
lunes, 24 de noviembre de 2014
La gran ocasión - Graciela Montes.
La gran ocasión. La escuela como sociedad de lectura
Graciela MontesIlustraciones de Saúl Oscar Rojas.Coordinador del Plan Nacional de Lectura: Gustavo Bombini.Diseño gráfico: Rafael Medel.
Buenos Aires, Plan Nacional de Lectura, Ministerio de Educación Ciencia y Tecnología, 2007 (segunda edición).
Buenos Aires, Plan Nacional de Lectura, Ministerio de Educación Ciencia y Tecnología, 2007 (segunda edición).
Informe preparado por Marcela Carranza
"Leer vale la pena… Convertirse en lector vale la pena… Lectura a lectura, el lector —todo lector, cualquiera sea su edad, su condición, su circunstancia...— se va volviendo más astuto en la búsqueda de indicios, más libre en pensamiento, más ágil en puntos de vista, más ancho en horizontes, dueño de un universo de significaciones más rico, más resistente y de tramas más sutiles. Lectura a lectura, el lector va construyendo su lugar en el mundo.
Lo que sigue es una reflexión acerca de esta lectura que vale la pena. Es también una propuesta: que la escuela se asuma como la gran ocasión para que todos los que vivimos en este país —cualquiera sea nuestra edad, nuestra condición, nuestra circunstancia...— lleguemos a ser lectores plenos, poderosos. La lectura no es algo de lo que la escuela pueda desentenderse."
Estas son las palabras iniciales del cuadernillo escrito por Graciela Montes en el marco del Plan Nacional de Lectura del Ministerio de Educación.
De distribución gratuita, los ejemplares de su primera edición en marzo de 2006 prácticamente se volatilizaron en poco tiempo. Como suele suceder en estas circunstancias comenzaron a circular fotocopias a la espera de que los exquisitos cuadernillos con las bellísimas ilustraciones de Saúl Oscar Rojas y una diagramación que no le va a la zaga en cuidado estético, volvieran a ser editados. Afortunadamente La gran ocasión se ha vuelto a publicar este año.
¿Qué es leer? Es la primera pregunta sobre la que Graciela Montes se detiene a reflexionar al comenzar su escrito. Ser lectores es ser buscadores de sentido, nos dice Montes desde un principio, y se trata de una tarea que las personas realizamos desde la cuna. "Cada persona, desde que nace, 'lee' el mundo, infatigablemente busca sentidos. (…) Analfabetos de significación no hay, somos todos constructores de sentido."
Basta entonces leer una página de este cuadernillo para que acostumbradas representaciones sobre la lectura y los lectores se derrumben. Los "no lectores", los "poco lectores" no existen, leer las palabras es sólo una parte, una continuidad de esa otra lectura más amplia e inevitable: la lectura del mundo. Un niño muy pequeño, cualquier individuo es un lector eficiente aún cuando no haya aprendido aún a descifrar las letras.
La escuela será la que pondrá en contacto a este "lector oral" con lo escrito. De este modo será la escuela la encargada de familiarizar a la persona con la cultura escrita, con "ese registro de memoria de la sociedad" . Se trata por lo tanto de un nuevo desafío para el lector, el de descifrar las letras, pero "los significados seguirán siendo sus elaboraciones personales, el sentido será siempre una conquista personal y él mismo será protagonista, alguien que, al leer, queda implicado en su lectura" .
Leer entonces es buscar, producir sentidos y ésta es una actividad personal, única y comprometida de cada lector. ¿Cuáles son las implicancias de esta afirmación aparentemente tan sencilla en el contexto de una práctica de lectura escolar?
"La del lector es una postura única, inconfundible, que supone un cierto recogimiento y una toma de distancia, un 'ponerse al margen' para, desde ahí, producir observación, conciencia, viaje, pregunta, sentido, crítica, pensamiento.
Exactamente lo contrario del autómata. Lo contrario de quien funciona irreflexivamente, obedece consignas o reproduce a pie juntillas los modelos."
Y es la escuela, nos dice Montes, el ámbito más propicio para dar ocasión a esta actitud lectora. Aceptar que no hay dos lecturas iguales de un mismo texto, abrir el espacio a las múltiples lecturas generadas por cada uno de los lectores, permitir un ámbito de discusión, de intercambio, formar parte de una "comunidad de lectura" en el aula implica modificaciones muy profundas en las habituales prácticas escolares. Cambios en las prácticas que requieren cambios en las representaciones tanto de la lectura como de los lectores, de la literatura y de su lugar en la escuela.
"Y la escuela es la gran ocasión ¿quién lo duda? La escuela puede desempeñar el mejor papel en esta puesta en escena de la actitud de lectura, que incluye, entre otras cosas, un tomarse el tiempo para mirar el mundo, una aceptación de 'lo que no se entiende' y, sobre todo, un ánimo constructor, hecho de confianza y arrojo, para buscar indicios y construir sentidos (aun cuando sean sentidos efímeros y provisorios). Si la escuela aceptara expresamente —institucionalmente— ese papel de auspicio, estímulo y compañía, las consecuencias sociales serían extraordinarias."
Esta concepción de la lectura y del lector entra en conflicto con otras representaciones acerca de la lectura en el ámbito escolar. Aceptar que el texto tiene más de "un único" sentido, dejar de lado cualquier idea de "interpretación correcta/oficial" de un texto a la que los alumnos deberían acercarse, supone un giro en muchas, sino la mayoría, de las prácticas pedagógicas vinculadas a la lectura.
El histórico vínculo de la escuela con la lectura, y en particular con la lectura literaria da a lugar una serie de preguntas que los docentes solemos hacernos en el día a día de nuestro trabajo en el aula. Algunas de estas preguntas son explicitadas por Montes en su cuadernillo, para dar lugar a la reflexión y por qué no, a nuevas preguntas:
"¿Qué puede hacer la escuela con la lectura? ¿Qué papel puede desempeñar en el auspicio de los lectores? (…) Y, si hay algo 'enseñable' en esta experiencia de la lectura, ¿qué es? ¿Cuál es el papel del maestro, del bibliotecario, del profesor? ¿Cómo intervienen? ¿En qué escenas de lectura se piensa?"
Aceptar que no somos los "dueños del sentido" de un texto y que por lo tanto no se trata de transferir nuestra lectura a los alumnos; que ni siquiera es posible llevar un control "fehaciente y minucioso" como se pretende a menudo de sus lecturas personales, supone rever y poner en crisis muchas de las prácticas de lectura escolar. La escuela, dice Montes, tiene el deber de propiciar un lugar, un tiempo específico para leer. Dar lugar a las más diversas maneras de leer, y recuperar, poner el énfasis en la "comunidad de lectura" que supone la comunidad del aula. En la tarea del docente la selección de los textos no ocupa un lugar menor y esta selección debe apoyarse en la confianza en sus lectores.
"El maestro se mantendrá atento y curioso a lo que está sucediendo: "¿cómo están entrando esos lectores al texto que él eligió para esa ocasión?, ¿con qué herramientas?, ¿con qué destrezas?, ¿siguiendo qué tradiciones, qué reglas? "
Un registro de una escena de lectura, en el cual una docente lee con sus alumnos el cuento "A la deriva" de Horacio Quiroga, permite a Montes dar cuenta del papel fundamental del maestro en este encuentro entre los lectores y los textos. La escena en un séptimo grado, es un ejemplo, dice la autora, del trabajo artesanal con el texto, de "este aguzar las antenas frente a él, este darse cuenta de que las elecciones de quien lo puso por escrito —de quien 'inscribió' sus sentidos— tienen sus consecuencias." Los alumnos descubren y se preguntan por las consecuencias de sentido de las decisiones, de los procedimientos puestos en juego en el texto. Las diversas opiniones emitidas por los alumnos dan cuenta de que estos procedimientos de escritura generan sentidos, pero que estos resuenan de forma diferente en cada lector. El docente escucha, guía, acompaña, invita y permite que sus alumnos hablen de sus lecturas.
Enseñar a leer entonces no es enseñar la lectura del docente, sino enseñar a buscar y a construir los sentidos personales frente al texto, enseñar a los lectores a construir sus propias lecturas.
"A lo largo de muchas lecturas compartidas, eligiendo a veces bien y otras veces no tan bien, escuchando lo que tienen para decir los lectores, dándoles la palabra, permitiendo también que le pongan voz al texto, comentando, releyendo, haciéndose preguntas, acotando remitiéndose a otros textos, cruzando hallazgos, hipótesis, fantasías, el maestro habrá estado contribuyendo a la formación de una sociedad de lectura."
Esta sociedad de lectura del aula es un punto de partida. La historia del lector, que comienza mucho antes de la escolarización y se confunde con su vida más allá de sus estudios es, señala Montes, "una historia sin fin"
Espero, hayan disfrutado tanto como yo de las reflexiones de esta gran autora... Obsequien este texto a padres, educadores y a todo aquel que vea en los niños una oportunidad de cambiar y aportar cosas buenas a este loco mundo...
Ana Clara
lunes, 17 de noviembre de 2014
La gata
"LA GATA" es una canción muy bella, que se ha transformado en popular, a raíz de pasar de generación en generación. Recuerdo mi infancia teñida con sus acordes... y hoy se las regalo a Uds.
martes, 11 de noviembre de 2014
PÁJAROS EN LA CABEZA - Silvia Schujer
Volví al ruedo!!! Compartiendo con ustedes, ni más ni menos que un hermoso poema de una de mis autoras preferidas... ¿A quién se lo vas a regalar hoy?
PÁJAROS EN LA CABEZA
La historia que aquí se cuenta
le aconteció a una princesa
que tenía pajaritos
trinándole en la cabeza.
Los pajaritos le hablaban
de las delicias de andar
volando sobre los ríos,
sobre los campos y el mar.
(La princesa suspiraba
y volvía a suspirar.)
El papá de la muchacha
era el rey de Mala Gana,
se apoltronaba en su trono
a mirar por la ventana.
Le apretaba la corona
lo aburría la batalla:
él quería hacer castillos
con arena de la playa.
(Mi reino, pensaba el rey,
lo cambio por una malla.)
La reina madre vivía
contándole a los espejos
que soñaba irse en un barco
y llegar lejos… muy lejos.
La cosa es que la realeza
en realidad se aburría
cada cual con su tristeza
planificaba su huida.
Hasta la vez que ocurrió
el milagro de un carruaje
que se detuvo en el palacio
para emprender largo viaje.
El carruaje era carroza
con seis caballos alados
con hélice en el techo
y ruedas a los costados.
Los reyes y la princesa
emprendieron aquel día
el viaje que se llevó
por siempre a la monarquía.
SILVIA SCHUJER
PÁJAROS EN LA CABEZA
La historia que aquí se cuenta
le aconteció a una princesa
que tenía pajaritos
trinándole en la cabeza.
Los pajaritos le hablaban
de las delicias de andar
volando sobre los ríos,
sobre los campos y el mar.
(La princesa suspiraba
y volvía a suspirar.)
El papá de la muchacha
era el rey de Mala Gana,
se apoltronaba en su trono
a mirar por la ventana.
Le apretaba la corona
lo aburría la batalla:
él quería hacer castillos
con arena de la playa.
(Mi reino, pensaba el rey,
lo cambio por una malla.)
La reina madre vivía
contándole a los espejos
que soñaba irse en un barco
y llegar lejos… muy lejos.
La cosa es que la realeza
en realidad se aburría
cada cual con su tristeza
planificaba su huida.
Hasta la vez que ocurrió
el milagro de un carruaje
que se detuvo en el palacio
para emprender largo viaje.
El carruaje era carroza
con seis caballos alados
con hélice en el techo
y ruedas a los costados.
Los reyes y la princesa
emprendieron aquel día
el viaje que se llevó
por siempre a la monarquía.
SILVIA SCHUJER
viernes, 7 de marzo de 2014
MIEDO
Graciela Cabal nos regala esta maravillosa historia, que los niños y niñas eligen una y otra vez... ¿por qué será? ¿Y si recordamos nuestros propios miedos?
¡Escuchemos!
viernes, 28 de febrero de 2014
La formación de lectores y el llanto de cocodrilo
Comparto con ustedes un artículo publicado por la gran Graciela Montes, para pensar en nuestra tarea diaria, como docentes y como padres.
La formación de lectores y el llanto de cocodrilo
La angustia estalló en algún momento
del siglo y borboteó largamente en estudios teóricos, métodos
infalibles, recursos didácticos, grupos de estudio, planes de
investigación, mesas redondas, artículos periodísticos y demás gestos en
los que sobresalía el tono escandalizado, la alarma. No cabe duda: la
pintoresca especie de los lectores se estaba extinguiendo
inexorablemente. “Se lee poco”. “No se lee”. “La gente ya no lee como
antes”. Y, por supuesto, el acostumbrado “los chicos no leen”.
Tan notable y generalizado es este gesto de la sociedad golpeándose el pecho, arrancándose los cabellos y gimiendo por el fin de los lectores que tal vez resulte útil ventilar un poco la cuestión, no vaya a ser cosa de que quedemos sumergidos, como la pobre Alicia, en un charco de lágrimas... de cocodrilo.
Lo mejor es desinflar el globo de las grandes generalizaciones y poner algunas cosas en su lugar:- Algunos no leen porque nadie les enseñó a leer. - Algunos no leen porque no tienen libros.- Algunos no leen porque —dicen—“no les gusta leer”. (Conviene recordar que los dos primeros grupos son desmesuradamente grandes en América Latina.) A todos esos no lectores algo les debe la sociedad.
Reconozcamos que no estaban condenados desde sus cromosomas a ser no lectores, sino que, de un modo u otro, les fallaron los mediadores sociales, les falló la sociedad. A todos ellos les faltó algo que no les habría debido faltar. En algún momento les hicieron una zancadilla. De modo que es bueno que la sociedad se haga cargo y admita, mal que le pese, que no se trata de una fatalidad del destino sino de una consecuencia de actos históricos y concretos de los que no puede declararse inocente. La sociedad fabrica no lectores y, cuando ve su producto, no atina sino a agarrarse la cabeza escandalizada. Primero provoca el incendio y después sale corriendo a llamar a los bomberos. En esa conducta no hace más que proyectar sus contradicciones y sus hipocresías respecto a la lectura, a los libros, al pensamiento crítico, a la educación y, de un modo más general, a lo que llama “la cultura”.
Por un lado, en el escenario encendidas declaraciones en defensa de los libros y de la lectura, exageradas y hasta absurdas, fetichizantes. Detrás, en bambalinas, conductas bien concretas y muy poco explicitadas tendientes a fomentar la no lectura o, al menos, a condenar a la irremediable iliteralidad a gigantescas masas poblacionales del planeta. Casi en el mismo momento y en un segundo y teatral gesto, que también le es muy característico, esa misma sociedad escandalizada extiende la mano y, como al descuido, deposita el conflicto en los niños. Son los niños los que no leen. Los niños, una vez más y como siempre. Los niños, esos recipientes pequeños donde, sin embargo, puede volcarse todo, los eternos, sagrados e indispensables chivos expiatorios. Ahí es cuando me irrito y siento ganas de sacudir el tablero de la amable preocupación de nosotros, los grandes.
¿Qué tal si probamos alfabetizar (pero alfabetizar en serio), mezquindades a todos nuestros chicos, darles escuelas, maestros bien remunerados, libros? ¿Qué tal si les regalamos bibliotecas jugosas, muchas bibliotecas —de escuela, de aula, de sindicato, de club—, rebosantes de libros excitantes y codiciables? ¿Qué tal si les donamos un poco de nuestro tiempo, de nuestra voz, de nuestra compañía junto con los libros? ¿Qué tal si pensamos y estimulamos el pensar, el criticar, el discutir, el informar acerca de la propia vida? ¿Qué tal si volvemos a hablar con nuestros hijos de las cosas de todos los días, de las cosas de antes y de ahora, de nuestras fantasías? ¿Qué tal si intentamos recuperar nosotros mismos la codicia del libro, el tiempo libre y privado, la reflexión, la mirada aguda, el placer por las palabras?
Si después los chicos siguen empecinados en alejarse irremediablemente de la lectura, podremos mover apesadumbrados la cabeza y sentarnos a discutir el mañana, hasta tanto no lo hagamos, nos limitaremos a gimotear y seguiremos chapoteando en nuestras lágrimas de cocodrilo.
Por Graciela Montes
En: Espacios para la lectura. Órgano de la Red de Animación a la Lectura del Fondo de Cultura Económica. México. Año II, núms. 3 y 4, 1996. Pág. 22
Tan notable y generalizado es este gesto de la sociedad golpeándose el pecho, arrancándose los cabellos y gimiendo por el fin de los lectores que tal vez resulte útil ventilar un poco la cuestión, no vaya a ser cosa de que quedemos sumergidos, como la pobre Alicia, en un charco de lágrimas... de cocodrilo.
Lo mejor es desinflar el globo de las grandes generalizaciones y poner algunas cosas en su lugar:- Algunos no leen porque nadie les enseñó a leer. - Algunos no leen porque no tienen libros.- Algunos no leen porque —dicen—“no les gusta leer”. (Conviene recordar que los dos primeros grupos son desmesuradamente grandes en América Latina.) A todos esos no lectores algo les debe la sociedad.
Reconozcamos que no estaban condenados desde sus cromosomas a ser no lectores, sino que, de un modo u otro, les fallaron los mediadores sociales, les falló la sociedad. A todos ellos les faltó algo que no les habría debido faltar. En algún momento les hicieron una zancadilla. De modo que es bueno que la sociedad se haga cargo y admita, mal que le pese, que no se trata de una fatalidad del destino sino de una consecuencia de actos históricos y concretos de los que no puede declararse inocente. La sociedad fabrica no lectores y, cuando ve su producto, no atina sino a agarrarse la cabeza escandalizada. Primero provoca el incendio y después sale corriendo a llamar a los bomberos. En esa conducta no hace más que proyectar sus contradicciones y sus hipocresías respecto a la lectura, a los libros, al pensamiento crítico, a la educación y, de un modo más general, a lo que llama “la cultura”.
Por un lado, en el escenario encendidas declaraciones en defensa de los libros y de la lectura, exageradas y hasta absurdas, fetichizantes. Detrás, en bambalinas, conductas bien concretas y muy poco explicitadas tendientes a fomentar la no lectura o, al menos, a condenar a la irremediable iliteralidad a gigantescas masas poblacionales del planeta. Casi en el mismo momento y en un segundo y teatral gesto, que también le es muy característico, esa misma sociedad escandalizada extiende la mano y, como al descuido, deposita el conflicto en los niños. Son los niños los que no leen. Los niños, una vez más y como siempre. Los niños, esos recipientes pequeños donde, sin embargo, puede volcarse todo, los eternos, sagrados e indispensables chivos expiatorios. Ahí es cuando me irrito y siento ganas de sacudir el tablero de la amable preocupación de nosotros, los grandes.
¿Qué tal si probamos alfabetizar (pero alfabetizar en serio), mezquindades a todos nuestros chicos, darles escuelas, maestros bien remunerados, libros? ¿Qué tal si les regalamos bibliotecas jugosas, muchas bibliotecas —de escuela, de aula, de sindicato, de club—, rebosantes de libros excitantes y codiciables? ¿Qué tal si les donamos un poco de nuestro tiempo, de nuestra voz, de nuestra compañía junto con los libros? ¿Qué tal si pensamos y estimulamos el pensar, el criticar, el discutir, el informar acerca de la propia vida? ¿Qué tal si volvemos a hablar con nuestros hijos de las cosas de todos los días, de las cosas de antes y de ahora, de nuestras fantasías? ¿Qué tal si intentamos recuperar nosotros mismos la codicia del libro, el tiempo libre y privado, la reflexión, la mirada aguda, el placer por las palabras?
Si después los chicos siguen empecinados en alejarse irremediablemente de la lectura, podremos mover apesadumbrados la cabeza y sentarnos a discutir el mañana, hasta tanto no lo hagamos, nos limitaremos a gimotear y seguiremos chapoteando en nuestras lágrimas de cocodrilo.
Por Graciela Montes
En: Espacios para la lectura. Órgano de la Red de Animación a la Lectura del Fondo de Cultura Económica. México. Año II, núms. 3 y 4, 1996. Pág. 22
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